** Misterios de nuestra fe **
El misterio no es una verdad de la que no podamos saber nada, sino una verdad sobre la que no podemos saberlo todo.
El misterio se nos presenta no solo como algo que no podemos ver porque la luz es demasiado intensa para nuestros ojos, sino también -y en ocasiones de forma preocupante - como algo aparentemente contradictorio con las cosas que vemos.
** El Padre y el Hijo **
Pero hay un nuevo elemento de pluralidad, que -no obstante- deja intangible la unidad. San Mateo (11, 27) y San Lucas (10, 22) nos transmiten una misma frase: «Nadie conoce al Hijo de Dios sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo»: vemos aquí dos personas situadas a un mismo nivel. «Yo y el Padre somos uno» (San Juan 10, 30): son dos personas y -sin embargo- son uno.
Así, cuando el Apóstol Felipe dice: «Muéstranos al Padre» (Jn 14, 8), Nuestro Señor responde: «Cualquiera que me ha visto a mí, ha visto al Padre».
** La Santísima Trinidad **
De modo similar, Nuestro Señor dice que escuchará nuestra oración (Jn 14, 15), y que su Padre también lo hará (Jn 14, 23), que Él enviará el Espíritu Santo (Jn 16, 7), y que su Padre también lo hará (Jn 14, 16). En la doctrina de la Santísima Trinidad, todas estas afirmaciones encuentran -milagrosamente- su lugar
De acuerdo con su enunciación más sencilla, la doctrina contiene cuatro verdades:
1. En una única naturaleza divina hay tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
2. Ninguna de las personas es otra, sino que cada una es, por completo, ella misma.
3. El Padre es Dios, el Hijo es Dios, el Espíritu Santo es Dios.
4. No son tres Dioses, sino un solo Dios.
«Tres personas en una naturaleza»
Pero, aunque sea mi naturaleza la que determina qué acciones puedo realizar, yo las hago personalmente; la naturaleza es la fuente de nuestras operaciones, y la persona es quien las lleva a cabo.
A la pregunta: «¿Quién eres?», cada uno de los tres daría su propia respuesta: «el Padre», «el Hijo» o «el Espíritu Santo». Pero a la pregunta «¿qué eres?», los Tres responderían «Dios», porque cada uno de los Tres posee totalmente la misma naturaleza divina, y es la naturaleza lo que determina qué es un ser.
No es nada fácil verse tal y como uno es: tenemos una noción vaga de nuestra naturaleza, y más vaga aún de nuestra persona. Si alguien nos dice: «háblame de ti mismo». Tanto en lo que se refiere a la naturaleza que poseo, como a la persona que soy, hay más oscuridad que luz..
Ejemplo de tres personas y la Santísima Trinidad: poseen una sola naturaleza divina; hacen lo que los tres hombres no podían hacer: conocen con el mismo entendimiento, aman con la misma voluntad. Son tres personas, y cada una es Dios. Pero son un Dios, no tres Dioses.
** El Padre y el Hijo **
El Hijo, en este caso Jesús, es la imagen que tiene El Padre de si mismo,
Así, cuando el Apóstol Felipe dice: «Muéstranos al Padre» (Jn 14, 8), Nuestro Señor responde: «Cualquiera que me ha visto a mí, ha visto al Padre».
** El Espíritu Santo **
Así como una de las grandes operaciones del espíritu -conocer- origina la segunda Persona, la otra operación -amar- origina la tercera. Con todo, hay que tener en cuenta que la segunda Persona es originada por la primera sola; pero la Tercera Persona, el Espíritu Santo, procede del Padre y del Hijo, al expresar mutuamente su amor.
Aquí, la palabra «espíritu» puede entenderse mejor como «aliento», que es su significado originario, de donde la palabra «espíritu» deriva, porque el espíritu es invisible, como el aire. En ese sentido se llama «Espíritu» a la tercera Persona: es el «aliento» o el «soplo» del Padre y el Hijo.
Cristo sopló sobre los Apóstoles cuando les dijo: «Recibid el Espíritu Santo»; cuando el Espíritu Santo descendió sobre ellos el día de Pentecostés.
La respiración del que ama se acelera. Y hay una estrecha relación entre la respiración y la vida: cuando dejamos de respirar, dejamos de vivir.
** Es necesaria la Fe ** (como en el amor)
Lo único que puedo hacer es afirmar el hecho de que sin oración puede entenderse muy poco. Nuestras mentes no pueden conocer la vida íntima de Dios de golpe; solo veremos aquello que Él nos dé luz para ver.
El Padre es el Creador, el Hijo el Redentor y el Espíritu Santo el Santificador, el Dador de Vida.
En la naturaleza divina, el Padre es el Origen; el Hijo y el Espíritu Santo vienen ambos de Él. Nos referimos a la Creación por la que se origina el mundo, por la que se origina cada alma, como un quehacer especialmente del Padre.
Asimismo, en la naturaleza divina, el Espíritu Santo es Amor, la manifestación del amor del Padre y el Hijo. La santificación, la gracia, son dones; y los dones son obra del amor: se atribuyen al Espíritu Santo. La gracia es el don creado del amor; el Espíritu Santo, el don increado del amor. A través de la gracia, el Padre y el Hijo manifiestan Su amor por nosotros, como manifiestan eternamente Su propio amor en el Espíritu Santo.
Como hemos señalado, se le llama Redentor; pero no por atribución, puesto que Él mismo nos redimió de hecho; no fueron el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo los que se hicieron hombre y murieron por nosotros, sino solo el Hijo (la Redención no fue una operación de la naturaleza divina, sino de la naturaleza humana, de la que Él se apropió). Con todo, el Hijo sigue teniendo su atribución
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